jueves, 10 de septiembre de 2009

Voluntad de mayorías no ha de ser omnipotente


De eso precisamente se trata la democracia. Aun cuando las históricas limitaciones de nuestro liderazgo político continúen pretendiendo convencernos de lo contrario.

Que los promotores del referendo reeleccionista defiendan su propuesta apoyándose en la voluntad de las mayorías es muestra de su cinismo; que no hayan encontrado un mejor argumento es prueba de su ignorancia. Si, de su desconocimiento del real significado del concepto democrático. Una incompetencia que quisiéramos asumir como honesta y no como sesgo calculado.

Hemos vendido la democracia como el gobierno de las mayorías; reduciéndola así a una simpleza corroncha que agrede los principios fundamentales de una filosofías de gobierno incluyente, que en cuyo seno yacen ideas que defienden precisamente lo contrario. Las mayorías no necesitan democracia para gobernar, su condición de superioridad las capacita para hacerlo a placer. Son las minorías el objetivo del concepto democrático. En ellas reside la responsabilidad de aceptar resultados y respetar el orden; pero también para ellas esta diseñado el sistema de obligaciones y limitaciones que la democracia impone a las mayorías. En resumen podríamos decir que la democracia es una gran garantía de existencia, respeto y participación de las minorías.

En estados más desarrollados y eficientes que el nuestro podemos ver ejemplos de cómo en aras de sostener un sistema democrático, en ocasiones se sacrifica la voluntad popular. En Estados Unidos, por ejemplo, podemos identificar las reformas de derechos civiles que permitieron a las personas de raza negra ejercer sus facultades de ciudadanía plenamente; esto se hizo en medio de un gran rechazo colectivo, impulsado por un racismo radical entre la raza blanca. El resultado fue un desarrollo democrático que permitió la elección de Barack Obama décadas después. En muchos de los países europeos, existen los partidos comunistas, que operan libremente y amparados por el orden democrático y constitucional. A pesar de que la mayoría de la población rechace el comunismo, nadie los ha exterminado, como si ocurrió por ejemplo con la Unión Patriótica. En algunos países del viejo continente subsisten incluso partidos descendientes del Nazismo.

En Colombia en cambio se nos vende la idea de “estado de opinión”, un juego de palabras, otro mas, que desconoce los peligros que implica la tesis que defiende. Bajo el principio de “estado de opinión”, por ejemplo, ningún congresista tendría salario, ni primas, ni compensación económica alguna. Guiados por el gran desprestigio del congreso, bajo el principio de “estado de opinión”, a lo mejor todos los congresistas irían inmediatamente a la cárcel sin respetárseles la presunción de inocencia. Pero nada de esto sucede. No ocurre porque el sistema democrático, descrito y detallado en la constitución de la republica, impide que el “estado de opinión” atropelle a un grupo selecto de la sociedad sin antes acudir a unos mecanismos de verificación y acción previamente establecidos.

Por eso la discusión que el gobierno y sus defensores han impuesto sobre la sociedad colombiana, no es sobre los aciertos o desaciertos de la gestión del Presidente Álvaro Uribe. Tampoco sobre si 4 millones de compatriotas firmaron o no la solicitud de convocatoria al referendo para extender, una vez más, el mandato del primer magistrado. El debate que se debe plantear es sobre la esencia de nuestra nación. Sobre el tipo de sociedad que hemos heredado, que estamos construyendo y que pretendemos heredar a las generaciones futuras. La discusión aquí es sobre principios básicos de convivencia.

En 1819, las tropas del libertador derrotaron y expulsaron finalmente al imperio español, con el objetivo de crear una republica libre y soberana para todos sus habitantes. El pisoteo que le dan a la constitución los promotores del referendo, con gobierno a la cabeza, pisotea a su vez la lucha, el esfuerzo y la dignidad obtenida para todos nosotros por el ejercito de Bolívar, quien a pesar estar en la absoluta capacidad y quizás siendo el único cercano a merecerlo, no se adueño del país ni se proclamo como su rey salvador. El dio un paso a un lado. Que gran ejemplo de estadismo y liderazgo transgeneracional.

Pienso que posiblemente lo único que amerite cambio en la carta magna, sea precisamente el endurecimiento de los requisitos para hacer reformas constitucionales.

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