miércoles, 16 de abril de 2008

Malos Votantes


En Colombia tenemos malos congresistas por la misma razón por la que tenemos malos gobernadores, malos alcaldes, malos concejales y malos presidentes: somos muy malos votantes.

Empezó bien su articulo el columnista Alfredo Santos Molano en el diario EL Tiempo. Logro identificar que la reforma política es una perdida de tiempo, toda vez que no es un problema de leyes sino de legisladores. Toda la razón, una eventual reforma política no es solo un desperdicio de tiempo; es un engaño recurrente que le hacen los congresistas a su electorado, un mero espectáculo publicitario que no soluciona nada. Probablemente porque en su concepción no existe intención de arreglar nada.

Sin embargo, Santos Molano termino muy mal. Su planteamiento se quedo corto y luego de identificar que teníamos malos congresistas, no alcanzo a esclarecer la fuente real de dicha circunstancia y cometio el mismo error de la presidenta del senado: promover soluciones superficiales a problemas de estructura. Santos Molano, pienso yo, cayo aun mas bajo que la senadora Gutiérrez. A el se le llego a ocurrir la idea de establecer una gran lista de estrictos requisitos para acceder al parlamento. Una medida semejante daría al trasto con el principio de igualdad que es base de la Constitución. Lo que propuso el comentarista, quizás sin darse cuenta, es acabar con la democracia y sustituirla por un sistema de meritos que controlaría quien sabe quien. Mejor dicho, como dirían en mi tierra: por llamarla María Ramos . . . .

En realidad, Colombia tiene un muy mal congreso; un congreso que se lleno de delincuentes, muchos de ellos patrocinadores del genocidio. En muchos países del mundo, a estos personajes los esperaría la pena de muerte. Es un muy mal congreso. Lo es porque tiene muy malos congresistas, no porque tenga malas regulaciones, que las tiene. Tenemos malos congresistas porque somos muy malos votantes. Bueno, es cierto también que muchos de los votos de esta gente se obtienen a punta de fusil, pero aun así, los que votamos sin amenazas también lo hacemos muy mal.

El poder de la democracia tiene su origen en el poder del votante, que no en el conteo. La democracia es algo así como la mayéutica de Platón: entre todos, debatiendo podemos llegar a la verdad. Como no es físicamente posible sostener una discusión entre millones, pues se usa el voto, en el va la opinión de cada uno. La participación de grandes cantidades de personas en una charla la alimenta y posibilita que los resultados sean moderados, sabios y legítimos. Ahora bien, si en vez de opinar, nos limitamos a repetir el parecer de otro, ya sea por una botella de aguardiente y una camiseta, o simplemente por apatía, pues esa participación masiva se va reduciendo y quedamos a expensas de la voluntad de unos pocos. Es ahí donde ganan el radicalismo, la estupidez y la delincuencia. Allí donde las mayorías son indiferentes, las minorías gobiernan.

Colombia debe aprender a votar y, sobretodo, aprender la importancia y la dignidad del voto. Es esa la lección mas importante que necesita la nación. Solo cuando nuestros electores sientan y ejerzan el poder que la constitucion nacional les da a través del voto, podremos empezar a pensar en reorientar este país hacia tiempos mejores. Por eso son tan importantes campañas como la de el ex-alcalde Mockus, instruir a la población en como sus acciones y omisiones impulsan o lastiman el buen funcionamiento del estado. Lastimosamente, por su poca difusión y envergadura, a estos programas se les dificulta mucho generar cambios decisivos.

Si alguna vez usted se ha preguntado como es que seguimos eligiendo a los mismos con las mismas, la respuesta es sencilla, porque usted, o alguien que usted conoce, sigue votando por ellos. Parte de la belleza de la democracia es que no da lugar a excusas. Los culpables de nuestras penas somos solo nosotros. Si queremos un mejor país, tenemos irremediablemente que aprender a ser mejores votantes.
Ñapa: Añoranzas y suspiros por muerte de Jorge Eliécer Gaitán son una muestra mas de nuestra mediocridad. Hoy es el primer día del resto de la historia, podemos reescribirla o dejarla así y llorar por ella 60 años mas.

sábado, 5 de abril de 2008

Jugando al Gallo Capon


Esta mañana, al leer el periódico me di cuenta que ya lo había leído ayer. Que lo había leído una semana atrás. Que ya lo había leído el año pasado. Pensé entonces que el acontecer nacional es como una de esas novelas reencauchadas en las que solo cambian nombres y rostros. Todo es igual, todo es predecible, todo se repite de manera infinita; como en el cuento del gallo capón. Condenados a una historia reiterativa que no tiene final alguno.

No avanzamos. No recorremos distancia alguna. Nuestros movimientos son meramente rotacionales, que ni siquiera circulares. Le hemos perdido el paso a la historia y ella, que no espera por nadie, nos ha dejado atrás a merced de nuestros pesares. Observando el progreso con una suerte de mezcla entre deseo y frustración. Y a nuestro alrededor, otros como nosotros, pueblos torpes que, aun sin guerra, han iguálmente fracasado en encontrar el rumbo.

Estamos todos aquí secuestrados por una guerra estúpida, como lo son todas las peleas entre hermanos, de la que tan solo la imaginación nos libera de vez en cuando. Aun en momentos de reposo inadvertido, nos asecha la maldita tentación de hablar de la guerrilla, de Uribe, de los paramilitares. Se nos ha reducido tanto el mundo que ya solo hablamos de eso. De la guerra y de vez en cuando de algún otro tema ligado a ella, como de la desdichada Ingrid, o de persecuciones de bandidos, o de cualquier otra desgracia, de las muchas que aquí presenciamos a diario.

Pertenezco yo a una generación a la que le es difícil imaginar una Colombia sin Guerra. Es un pensamiento en el que cohabitan la ilusión y el miedo. La Guerra ha sido nuestra excusa, la excusa de nuestros padres, la de nuestros abuelos. Su inexistencia nos pondría de frente a nuestras culpas; podría arrebatarnos la capacidad de mirar a nuestros hijos a la cara. Son muchos los años de barbarie, de confusión, de cobardía.

Hacemos todos parte, por acción u omisión, de una tragicomedia en la que unos alegan defender un pueblo que en realidad les desprecia; y otros se proclaman refundadores de un estado que nadie les ha pedido refundar. Ambos usan los mismos métodos y razones. Esos que bien expuso este nuevo alias "Cobra"; quien confesando haber degollado una pequeña de seis años, se justifico en que la niña crecería para ser su enemiga. En realidad, aquí nadie es nada, ni pretende nada, ni busca nada. Unos y otros, como lo dijera alguna vez el coronel Aureliano Buendía: "no son mas que materifes".

La Guerra ha sido tan larga y tan absurda que se ha convertido en causa y consecuencia de si misma. Casi puedo escuchar a Tirofijo preguntándole a Jojoy: "Mono, que carajos hice con mi vida". A lo cual Jojoy, atolondrado por el perpetuo olor a pólvora y temeroso de decir alguna estupidez que le cueste el fusilamiento, tan solo lo mira y calla. El también se hace la misma pregunta y tampoco encuentra respuesta.

Así estamos y así seguiremos porque no hay nada que admita pensar lo contrario. Es todo como un juego de damas chinas que se encuentra trabado y del que solo se puede salir reorganizando las fichas bajo acuerdo mutuo, o dando un impredecible puñetazo sobre la mesa. Pero nuestras miserias son tales que no dan ni para lo uno, ni para lo otro.

Por eso cuando alguien le pregunta a uno que como van las cosas en Colombia, no queda mas remedio que responder: "La misma vaina". Y entonces arriesgarse a que alguien replique: "Yo no te dije que si la misma vaina, te pregunte que si quieres que te eche el cuento de gallo capón".