jueves, 20 de septiembre de 2007


Realidad Incomprensible


Decía Armando Benedetti Jimeno en una de sus columnas, aquella que presento como su despedida temporal del debate escrito nacional, que una de las razones que lo forzaban a hacer una pausa, era el haberle perdido el rastro a la existencia errática de la nación. Mencionaba que no era solo el. Que todos los columnistas que conocía sufrían del mismo rezago analítico. Aun sin compartir dicho postulado como excusa para no seguir acá, leyendo y escribiendo, acaso con la esperanza tonta de algún día ser espectador del alineamiento mental de la sociedad, debe reconocerse que Benedetti tenia razón.

No es posible seguirle el paso al acontecer nacional. Carecemos los columnistas, que no somos más que ciudadanos comunes aquejados por la urgencia de desahogarnos y con el tiempo sobrante para hacerlo, de la capacidad lógica para entender los eventos. Por eso la mayoría de los textos que produce la prensa de opinión no son más que el resultado de la indignación. El malestar ante lo incomprensible y absurdo de lo cotidiano.

Para la muestra el caso de los puertos de carbón en Santa Marta y Cartagena. Habiendo mas de mil kilómetros de costa, los lugares escogidos para construir puertos carboníferos son, ni más ni menos que, Santa Marta y Cartagena. Las dos ciudades llamadas a liderar el desarrollo de la casi inexistente industria turística nacional. Ahí donde necesitamos que lleguen los turistas, llegara primero el carbón.

No debe haber dudas en la mente de nadie; la única posibilidad real de desarrollo sostenible para estos pueblos es el turismo. Con su extenso entramado económico, que va desde las grandes compañías hoteleras hasta los vendedores ambulantes, coloca dineros importantes directamente en los bolsillos de todas las clases sociales y abre oportunidades para el enriquecimiento de todos. Pensaría uno que las prioridades estatales se solidarizarían con las de los habitantes de estas ciudades costeñas. Pero no. Al parecer unas regalías por exportaciones de Carbón son más importantes. Esos dineros que ingresan al sector publico, y que son tan dados a la evaporación.

Pecaríamos por inocentes al pensar que en un mismo sitio pueden convivir los balnearios y los puertos carboníferos. Cualquier alegato sobre la aplicación de tecnologías de punta usadas para mitigar los daños ambiéntales no superara nuca el estatus de ‘cuento chino’. Quizás no en lo que a la existencia de la tecnología se refiere, más si en lo que a la aplicación correcta y juiciosa de la misma en territorios colombianos. Aquí, históricamente, cada quien hace lo que se le da la gana.

La construcción de esos puertos mermara de manera parcial, sino total, el desarrollo turístico en la costa. Como si no fuese ya suficiente con el hecho de que un tiquete entre Miami y Cartagena cueste 500 dólares, al tiempo que uno entre Miami y Punta Cana, o Cancún, cuesta 200 dólares o menos. O con el hecho de que en Cartagena proliferen los edificios de apartamentos lujosos en lugar de los hoteles y los casinos. O con la inseguridad propia de todos los rincones del país.

No debe olvidar el gobierno, que su objetivo es el beneficio social integral del pueblo, que no el exclusivamente económico. Mucho más cuando ese beneficio monetario es exclusivo de algunos pocos. El potencial ahorro en costos de trasporte del carbón, representado en regalías, no es ni será nunca comparable con el beneficio generado por los miles de empleos, directos e indirectos que genera la industria turística. Por no hablar de la perdida en paisaje y riqueza ambiental.

Resulta muy difícil comprender los argumentos que sustentan la decisión de construir esos puertos. Pero bueno, volviendo al comienzo de este escrito, es casi imposible hacerle un seguimiento lógico a los sucesos nacionales. Sin embargo ahí seguimos. Haciendo un esfuerzo, frecuentemente infructífero, por entender lo que aquí ocurre. Quizás por aferrarnos a la idea de que la posibilidad de gestar cambios en la opinión nacional no pase de escasa a inexistente.


Ñapa: Mas allá de los puntos de vista, lo peor que se podía hacer con el tema del intercambio, fue haberlo convertido en un circo. En material de espectáculo para usufructo político de personajes ajenos al circulo de responsabilidades históricas de nuestra nación.

Eduardo Plata Yidios
eduardoplata.blogspot.com

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