sábado, 12 de agosto de 2006

A Corregir El Rumbo


Censurable, por decir lo menos, fue el episodio de violencia familiar que se dio en Barranquilla la semana pasada y del que todos nos enteramos, gracias al ingenioso uso de la tecnología por parte de los familiares de la victima. Imperdonable el trato que algunos le dan a las que son madres de sus hijos e hijas. Pareciese que ellos nunca hubieran tenido madre y que no fueran nunca a tener hijas. Episodios como este se repiten con una lamentable frecuencia a largo y ancho de Colombia. Es un problema de salud pública que requiere el mismo tipo de atención que se le da al tráfico de drogas por ejemplo.


Entre todo lo malo que se puede señalar en esa historia, que es bastante, quiero referirme a la actitud de la policía nacional. Dice el relato del padre de la joven que cuando fue a solicitar ayuda de las autoridades, además de no encontrar socorro alguno, pues al parecer los oficiales encargados de atenderle estaban durmiendo, unos policías le dijeron casi en tono de burla “el man se paso de piña”. El man se paso de piña. Esta afirmación, que tácitamente aprueba el accionar de un marido que golpea a su esposa, describe en su totalidad la actitud de las autoridades locales ante la problemática de la comunidad.


El consentimiento del delito y el acto ilícito. No solo en la policía nacional; en general en todas las organizaciones del estado que están supuestas a servir a la comunidad, hay un nivel de complicidad con el proceder indebido que ha llevado a la ciudad al estado en que se encuentra. Cada quien tiene su propio estándar de ley, cada quien juzga lo que es correcto o incorrecto, cada quien es permisivo hasta donde mejor le parece. Todos somos culpables por acción u omisión.


¿En que momento en la historia de Barranquilla, y de la costa caribe en general, la alegría y el carácter caribeño se volvieron excusa para la mediocridad, la vagabundearía y la sinvergüenzura? ¿En que momento perdió el rumbo una ciudad que en su momento fue pujante y de vanguardia y ahora de todo eso no le queda más que un recuerdo melancólico? Tanto irrespeto y abuso de la población mientras en las calles la inseguridad campea como nunca antes. Los asaltos están a la orden del día, robos de vehículos por todas partes. Y si alguien quiere poner una denuncia, puede ir a la estación de la inmaculada donde, para poner una denuncia, toca comprarle el formulario al que vende los mangos cruzando la calle.


En todo esto la administración distrital, como siempre, brilla por su ausencia. La única forma de saber en que anda la alcaldía o cualquier otra entidad publica en la ciudad, es cuando se aprueba la construcción de gasolineras en rotondas, o se instalan parquímetros indebidamente, o se pierden miles de millones de pesos en renovaciones de edificios. La desidia con la que se tratan los asuntos interés publico esta ilustrada en el acontecer diario de la ciudad. Buses que hacen en las calles lo que se les da la gana impunemente, arroyos que paralizan la ciudad por horas, un plan de zonificación que no obedece ninguna lógica. Un centro de la ciudad que alcaldía tras alcaldía es un caos mayor. El sistema educativo es solo peor que el de salud.


Todos estos problemas, son muestra de la falta de voluntad política, de atención, de consideración y sobre todo de respeto por el ciudadano. El mismo que con sus impuestos, paga los salarios de todos aquellos que ocupan esos cargos.


¿Por qué no se controla mecánicamente la velocidad máxima a la que pueden transitar los buses urbanos?, no hay ninguna razón para que un bus urbano se conduzca por el carril izquierdo y mucho menos para que transite a velocidades superiores a los 40 o 50 kilómetro por hora. ¿Cómo se explica que una ciudad como Barranquilla aun no haya solucionado el problema de los arroyos? Por muy costosas que sean las obras necesarias, me es imposible creer que no se puede desarrollar un plan de inversión por etapas con el que se busque solucionar el problema así sea en un plazo de medio siglo. Suena muchísimo tiempo, pero si se hubiera empezado cuando el alcalde de la ciudad era Miguel Bolívar Acuña, hoy al menos la mitad del problema estaría resuelta. Nunca ha habido el deseo ni el interés. Todo siempre es burla, desorden y abuso de los dineros públicos.


La prensa local también debe pasar por el sillón de acusados. Su labor de informar al pueblo de lo que ocurre en la ciudad se limita al amarillismo y a copiar noticias de orbita nacional. Nunca en Barranquilla se sabe que esta pasando al interior de la ciudad, que se esta discutiendo en el concejo. No se sabe ni siquiera quienes son los concejales ni que hacen. La mayor o menor difusión que se hace de las noticias responden además a intereses creados muy ajenos al servicio de informar.


Por su posición geográfica y por su historia, Barranquilla esta en deuda con si misma y con Colombia. Es el derecho y el deber de la ciudad, volver a ir a la vanguardia de la nación, volver a ser la puerta de oro que dejo de ser.


Es imperativo que la ciudad cambie de rumbo. No hay excusa alguna para el estado deterioro en el que se encuentran las instituciones locales. El trabajo y la disciplina no son mutuamente excluyentes con la alegría y el goce. Todo puede darse mientras haya respeto y decencia. Esas dos características deberían ser el criterio de escogencia del próximo alcalde.

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